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En Gumbel, el silencio arraigaba en sus propias consecuencias toda su autoridad, desde la era Sin Nombre. El cielo se deslizaba sobre el bosque ecuménico que cubría al planeta liso, lentamente, desnudo, con los ojos entornados. Tras una capa de polvo de estrellas, en la caída, en las luces del crepúsculo que se dejaban sostener por las centellas y bajo los relámpagos de aura azul gélida, existía en absoluta quietud en insólito letargo.

Las modificaciones agógicas de la melodía inaudible de Gumbel huían rozando las hojas de boca de pez, sin apenas ser batidas por el aire purpúreo de las luces arrecife, con besos fríos, ambarinos, lacerantes. En Gumbel, los bosques de atrakcijas de tallo anchuroso ocupaban todo el plano terrenal y Bez Kontrole, su único océano, permanecía congelado, y su inmensidad le hacía latente, obscuro, anónimo como lo es la desconfianza a uno mismo que se oculta tras las sombras de las verdades más peligrosas. El viento se reasentaba jadeante como una tortuga Kakaf, sin frecuencia, sin destino. Las seis lunas relucían los escondites más secretos con la irradiación de sus aureolas incandescentes. En Gumbel no había sol.